Retrospectiva

Catálogo





“Hay que poder imaginar algo distinto a lo que está para poder querer; y hay que querer algo distinto a lo que está para liberar la imaginación”

Cornelius Castotiadis


Un hombre busca, se sube a la barca precaria de la vida, y navega en noches de tormenta por sus propias profundidades, que son las profundidades del universo. Está solo y ciego. Lo único que tiene, es su imaginación. Pero cuando el hombre deviene subjetividad, puede ser constructor de su historia y pretender realidades distintas. Puede cuestionar y cuestionarse. Es, a partir de entonces, responsable de su ley y de su mundo. Está listo para ser un transformador.Es en el terreno de las artes donde esos ardides se evidencian. Desde las reivindicaciones del romanticismo contra la angustia de la razón, pasando por las mil caras de Baudelaire, las provocaciones de los Dadá y todos los demás “ismos”, en todas sus rupturas y continuidades; la literatura, la pintura, la arquitectura, la escultura, y más adelante el cine, convergen desde siempre: las manifestaciones artísticas, la existencia, la búsqueda del sí-mismo, son en definitiva la misma cosa.La subjetividad del artista es inquieta e inquietante. Lejos de lo que puede parecer, no tiene absoluta libertad de inventiva, sino entera dependencia de ella: necesita crear para estar vivo.Si queremos recorrer la Retrospectiva de Rubén Canelo, debemos estar dispuestos a viajar. Tomar la lanza de sus Quijotes, nadar con sus peces mitológicos, amar con Neruda, renacer con Alfonsina, naufragar en tintas, sobrevolar ayuntamientos monocromáticos, observar detrás de un árbol a una pareja, pegarnos al perfil de Van Gogh, alucinar con Dalí, contemplar misterios todavía vagando en los contornos del cuadro. Hay un laberinto construido por esa mano, que al pasar el tiempo se fortalece y es capaz de seguir aprendiendo. Técnicas, influencias, maestros, pesadillas, matices, obsesiones, anécdotas, pruebas, equivocaciones, semblanzas, fascinaciones, mañanas, voces, miedos, astucias, Dulcineas, genios, fábulas; todo convive en el interior y en el exterior del artista. Convertido en alpinista, observa sin vértigo, desde la cima donde aún no descansa, la obra. Sólo el hacedor de tales expresiones sabe lo que significan. Tenemos permiso especial para entrar en ese laberinto mágico, sin garantías de encontrar la salida. Aunque, créanme, vale la pena perderse y pasar un tiempo allí. Y si sabemos mirar, no nos será difícil encontrar las pisadas de los seres de tinta que lo habitan, en las calles de la ciudad. Ellos, como nosotros, entran y salen de las obras, y hacen nuevos sentidos. Ese, es el regalo de Canelo.
Texto: Virginia Beccaría