“La belleza perece en la vida
pero es inmortal en el arte.”
Leonardo Da Vinci
Abajo dirá: Rubén Canelo.
Puede suceder que un día veas una figura que se te parezca. Caminarás por
una callecita de las llanuras cordobesas, entrarás a una catedral que te cautive,
o te invitarán a tomar el té en alguna casa de Londres. Y ahí sucederá: una mujer
de tinta te mostrará tus sombras.
Te encontrarás detrás del vidrio tratando de avanzar por un pantano de
pastel óleo. Mirarás a la mujer que te entrega flores, vientos y sueños en
blanco y negro. La mirarás evadir los cuatro costados del cuadro y como ella,
desconocerás los límites. Irás entonces a buscarte y doblarás por donde antes
que tú, pasó un artista.
No verás lo que él vio.
Jamás verás lo que él vio.
Pero si te detienes lo suficiente, si eres capaz de observar la imagen
durante unas cuantas respiraciones, te darás cuenta de que eres un habitante de
ese cuadro.
Que es tu camino el que encontraste en los murales.
Tus demonios y tus ángeles los que viste pintados en los muros de aquella
catedral.
Tus miedos en los ojos de ese Quijote.
Tus corajes en las patas de las libélulas.
Tus fantasías en los labios de Whitman.
Tus pesadillas en los Naufragios.
Y más buscarás y más encontrarás, sólo, si aceptas
la brutal honestidad.
Cada línea te dirá un secreto. Te llevará a develarte. Te sacudirá hasta
que despiertes.
Y entonces el destino de la obra volverá a cumplirse: te habrás
transformado.
Y entonces, la misión del artista se habrá realizado de nuevo: tú,
espectador, te habrás hecho parte su obra.
Lic. Virginia Beccaría
Canelo
(Publicado en La Voz de San Justo, en agosto de 2012)
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